PRIMERA PARTE
(continuación) Título 16.-
Luis
Heinecker S
16.
TERRORISMO: CONCLUSIONES CONCEPTUALES
En la
segunda parte de este volumen examinaremos la trayectoria histórica de
De
ese cuadro evolutivo se pueden sacar muchas conclusiones que el mero análisis
doctrinario no entrega.
No
obstante, por lo pronto, en este plano (teorético) teórico de esta primera
parte, ya podemos proponer algunas aserciones sintetizadoras. Eso haremos acá.
Mejor
dicho, no vamos a reiterar, aunque sea de modo resumido, lo que ya hemos
expuesto.
Lo
que vamos a hacer es transcribir nuevos textos que refresquen lo que ya sabemos.
A ese efecto, seguiremos primero al catedrático de
("Las leyes de la guerra y del terrorismo%
en: David C. Rapoport, op. cit.,
ps. 115‑137).
Destaca de entrada Wilkinson que el terrorismo por facciones rebeldes
ideológicas «se ha convertido en
la forma de conflicto más característica de nuestros días".
No obstante esa primacía, carece de enfoques jurídicos adecuados, puesto que las
antiguas leyes de la guerra son "completamente inapropiadas".
A fin de subsanar esa omisión, el autor sugiere un orden metódico de
abordamiento del tópico.
Primero, la definición de la violencia.
Que no es la simple "fuerza" estatal:
“Merece la pena distinguir entre el uso legítimo de la «fuerza» por parte
del Estado y sus agentes para prevenir, limitar o castigar las infracciones de
la ley, y la «violencia» que carece de legitimidad por falta de
ratificación tanto constitucional como legal, y que es, por tanto,
esencialmente arbitraria".
La violencia es, además, "el uso
ilegítimo o la amenaza de coerción", y se "distingue claramente la
violencia del uso apasionado del término, en forma retórica y
figuratíva, para describir, por ejemplo, la pobreza o la discriminación".
Esta aclaración es plausible, desde que sectores del terrorismo, en el afán de
"embrollar", hablan de la
"violencia contra la violencia institucional izada".
En segundo término, Wilkinson suscita la temática de la división entre el
delincuente común y el terrorista.
En tal sentido enumera características comunes del terrorismo político, a
saber:
1.
El uso
sistemático del
asesinato, lesiones y destrucción, o de amenazas de asesinato,
lesiones y destrucción, con una finalidad política...
2. Como
medio para obtener
su fin, los terroristas procuran
crear una atmósfera de temor, desesperación y abatimiento
entre el grupo que ha tomado como enemigo, con el fin de intimidarlo o
chantajearlo y hacerlo sucumbir a las demandas terroristas.
3. El terrorismo es
índiscriminatorio en
sus efectos.
Esto es, parcialmente, consecuencia de la naturaleza de las
armas que utiliza
(bombas, minas, etc.) y de los frecuentes y deliberados ataques terroristas a la
población civil y a las
instalaciones públicas.
Pero también lo es en
su propósito de propagar el terror.
Como muy bien ha observado Aron, "una acción violenta se clasifica como
"terrorista" cuando sus efectos
sicológicos son desproporcionados respecto a su simple resultado físico...
la falta, de discriminación ayuda a propagar el terror, puesto que, si
nadie en particular es un objetivo,
nadie puede estar seguro"
(Raymond Aron, Teace and War", Weindenfeld and Nicholson, Londres, 1966, p.
170).
Incluso cuando los terroristas afirman que
"seleccionan"
objetivos individuales o de grupo.... sus asesinatos son planeados
inevitablemente en secreto y parecen enteramente arbitrarios a las comunidades
contra las cuales se llevan a cabo...
4. El terrorismo puede, por tanto,
ser definido como una forma
peculiarmente impredecible de tiranía en la cual el individuo
es incapaz de hacer nada para evitar la destrucción por obra de los terroristas,
que actúan basados en su propio código particular.
5. Los terroristas
no reconocen ninguna regla o
convención de guerra, ni ninguna distinción entre combatientes y no combatientes.
Consideran a cada una de sus víctimas, y a todas ellas, como
eliminables para
servir a los intereses de su causa.
En el mundo maniqueo del terrorista,
nadie tiene derecho a ser neutral,
O
se está con ellos o contra ellos.
6. En el terrorismo intervienen
métodos y armas especialmente
bárbaros...
La tecnología moderna ha aumentado grandemente su repertorio de instrumentos de
tortura, muerte y destrucción.
7. El terrorismo con motivaciones
políticas es generalmente justificado por los que lo practican con una o más de
las siguientes afirmaciones:
a) se justifican todos los medios
para realizar un fin supuestamente trascendental (en la terminología de Weber,
motivos de "valor‑racional");
b) se puede demostrar que el
terrorismo ha "funcionado" en el pasado, y se asegura que es el único método que
queda o bien el mejor de los métodos disponibles para conseguí el éxito (esto
es, según la terminología de Weber, una actitud efectiva‑ racional hacia el
terrorismo);
c) la moralidad de la justa
venganza o del "ojo por ojo y diente por
diente", y
d) la teoría del mal menor: nos
sobrevendrán mayores males, a
nosotros o a nuestra
nación, si no adoptamos el terror contra
nuestros enemigos.
El terrorismo político se convierte en internacional, en sentido
estricto, cuando:
a) se dirige contra extranjeros o contra objetivos extranjeros;
b) se planea por los gobiernos o facciones de más de un Estado;
c) se
propone influir en la línea de conducta de un gobierno
extranjero o de la comunidad internacional.
Como
se aprecia con la lectura de estas características, ellas son estrictamente
fenomenológicas o extrínsecas del caso.
Por
eso, se mezclan aspectos esenciales con incidentales, y se hace una gran omisión
del terrorismo: nunca operó tras
Cual
análisis sociológico y no filosófico del tema, el nudo central de la ideología
inspiradora en el 90% de los casos occidentales registrados, o sea el
marxismo‑leninismo, tampoco se enumera.
Y en
el plano existencial no se computan las figuras históricas que lo han moldeado,
desde Nechayev, Lenin, Mao, Guevara, Marighella, Fanon, Castro, Kadaffi, Curzío,
Baader‑Meinhof, Arafat, etc. Dato que hubiera reforzado la calidad de leninistas
de varios de sus estructuradores.
Con
todo, efectuadas esas salvedades, el listado resulta útil.
Sobre
todo, porque el autor suple a continuación los elementos histórico‑ideológicos
que omitió en su anterior enumeración.
Menciona a los nihilistas, a los anarquistas, etc., y, entonces reformula la
definición con estas palabras:
"El
terrorismo, por otra parte, es un modo deliberado de desatar el terror con
fines políticos; es el uso sistemático y calculado de la dominación
por el terror, y es explícitamente racionalizado y justificado por alguna
filosofía, teoría o ideología, por muy cruel que sea".
Asentado el concepto, Wilkinson pasa a vincularlo con la materia de la
criminalidad de la ilegalidad.
Al ser una sistematización del crimen, el terrorismo es seguramente punible.
"Como el terrorismo implica el asesinato
sistemático y a sangre fría, resulta particularmente repugnante para
todas las sociedades profundamente influidas por los valores humanistas".
El "no matarás" es un imperativo
absoluto, que sólo reconoce excepciones muy netas, tales como la de provocar la
muerte del soldado enemigo en guerra legítima, la aplicación de la pena capital
a los grandes homicidas, o el homicidio en defensa propia.
Son actos específicos, que nada tienen que ver con el
"uso deliberado del homicidio
sistemático e indiscriminado” del terrorismo.
La llamada "moralidad
revolucionaria" no se funda en valores éticos, sino que es una
"contradictoria colección de creencias
autojustificatorias, de mitos y de propaganda".
El terrorismo, además de ser una sicopatología, es
"también un crimen moral, un crimen
contra la humanidad” y un ataque
"a la propia sociedad civilizada".
Principios que el terrorista no respeta, puesto que
"son desechables como prejuicios
sentimentales y burgueses”.
De una manera desafiante y orgullosa,
se colocan a sí mismos fuera de, y
"por encima" de la ley.
En varios aspectos los contactos entre terroristas y bandidos son estrechos. Y,
consecuencia de esto, son “las íntimas
vinculaciones de organizaciones financieras y logísticas, que existen entre los
movimientos terroristas y las subculturas criminales".
Pero también hay diferencias.
Los terroristas se niegan "a reconocer
la legitimidad y legalidad de los tribunales", cosa que no hace el
delincuente común.
La criminalidad terrorista es, por todo eso, peor que la común.
La criminalidad le es esencial al terrorismo. Es crimen y es castigo:
“Repitiendo a Kropotkin, declararían que
«para nosotros es bueno todo lo que se encuentra fuera de la legalidad».
Pero la terrible consecuencia de este rechazo nihilista de todas las
limitaciones éticas y legales es
que los terroristas profesionales se vuelven completamente corruptos y
criminalizados por su obsesiva concentración en el asesinato, las matanzas y la
destrucción".
Establecida esa conclusión se pregunta luego Wilkinson si pueden las leyes de la
guerra ayudar a restringir el terrorismo de facciones.
Responde, por lo pronto, que las “leyes
de la guerra" se hallan sobrepasadas por las circunstancias contemporáneas.
Las prácticas de la guerra total, de la
"rendición incondicional”, la carrera armamentista con armas nucleares de
destrucción masiva, etc., hacen que “las
tradicionales distinciones formuladas por las leyes de guerra, entre
combatientes y no combatientes, militares y civiles, neutrales y beligerantes,
quedan inevitablemente borradas".
Desde
Ya antes, en
Después, los bombardeos de "saturación" sobre ciudades enemigas, sacaron a los
conflictos del marco legal.
Las Convenciones de Ginebra de 1977, y los Principios de Nuremberg, de 1946, han
constituido limitaciones de
significación "más simbólica que práctica".
El régimen global sobre Derechos Humanos versa sobre "un mundo ideal".
De ahí que las codificaciones efectuadas para sancionar el terrorismo "no
han hecho otra cosa que
construir sobre la arena".
No
existen organismos de aplicación de esa legislación internacional. Son
sanciones morales, pero no idóneas para frenar el terrorismo.
Por lo demás, los movimientos terroristas las rechazan.
Ellos se consideran "fuera de la ley», y más: "rechazan el orden político y
legal del que se derivan las leyes de la guerra".
Varios Estados ‑Unión Soviética, Cuba, Corea del Norte, Yemen del Sur, Libia,
Irak e Irán‑ no sólo no aceptan esa legislación, sino que han promovido los
movimientos terroristas.
Por ello:
"Es ingenuo, por no decir otra cosa más fuerte, esperar que tales Estados
cooperen en la formulación o ejecución de un código de la guerra que inhibiera
en cierto modo las operaciones de sus encubiertos pelotones asesinos".
En consecuencia, lo que predomina en el plano internacional es una
"ambivalencia", ya que, bajo la cobertura de "movimientos de liberación
nacional", los terroristas pueden desarrollar la violencia sin castigo
internacional.
De todos modos, el Protocolo I de
Asimismo,
la del uso de insignias distintivas, la portación ostensible de las armas y el
ajustarse a las leyes y costumbres de la guerra.
También, según los nuevos protocolos, el movimiento guerrillero tiene el deber
de imponer disciplina a sus propias fuerzas y suprimir los actos terroristas.
En ciertos casos africanos, como el de Rodesia, han llegado a aplicarse este
tipo de normas. No obstante, los grupos occidentales más famosos, como las
Brigadas Rojas o
Ante
el fracaso del Derecho Internacional Público, Wilkinson arriba a esta
aseveración:
"Por todas las razones aducidas, se ve claro que, en una abrumadora mayoría de
casos, los terroristas deben ser tratados
según las leyes internas de cada Estado".
A
pesar de los intentos internacionales, el problema se muestra irreductible a un
Derecho más amplio. Por eso,
concluye el profesor de Aberdeen:
"La mayoría de los terroristas continuarán con la táctica de
"asesinar como de costumbre".
En todo caso, las expectativas de que la comunidad internacional se adhiera en
bloque al régimen de leyes de guerra aparecen algo remotas, salvo si se
produjeran cambios de naturaleza revolucionaria en el sistema internacional.
Así como es de suponer que sólo una victoria lograda por una fuerza superior
sería capaz de impedir que los regímenes terroristas hagan mal uso de las leyes
de la guerra en un conflicto internacional, también es más probable que el
terrorismo de facciones
sea suprimido realmente por el poder, la determinación y el profesionalismo
superior de los gobiernos nacionales y las fuerzas de seguridad,
que por
la
introducción de una compleja legislación nacional adicional y por las
remodelaciones utópicas del derecho internacional” (op. cit., p. 137).
Nos complace que un prominente catedrático de Derecho Internacional admita esa
realidad con todas sus letras.
Dado que ha proliferado una moda ideológica de pensar que a la violencia
terrorista no hay que combatirla con las armas sino con el aumento de la
legislación interna o externa, es bien saludable que se subraye lo contrario.
Que se diga, sin reatos de lenguaje, lo que cualquier persona de simple sentido
común advierte.
Que sólo quebrando con la fuerza legítima la voluntad de asesinar de la
violencia terrorista es como se gana esta batalla.
El poder, la determinación y el profesionalismo de los gobiernos nacionales y
sus fuerzas propias son los que tienen la palabra. Y no las palabrerías
majaderas de los que no saben de lo que se trata, o que fingen no saber de lo
que se trata.
Aniquilar la voluntad de combate del enemigo es, todavía, la gran definición de
la victoria. La voluntad es un dato espiritual, más que material. Que tiene que
ver con la fortaleza propia y ajena.
El terrorismo, como toda
Si los funcionarios del Estado amenazado se ubican en el "abandonismo" o
el “permisivismo”, tolerante con las acciones guerrilleras, el terrorismo
tiene ganada más de la mitad de la batalla.
La parte menor del asunto tiene que ver con las armas adecuadas para enfrentar
ese tipo de
conflictos.
Es
cierto que hay una especie de "novedad
armamentística" en el planteo de los
irregulares.
Como
dice George H. Quester ‑ profesor de
"La mera invención de la dinamita facilitó, y por tanto originó, las primeras
olas del ataque terrorista, y la popularización de la pistola hizo que el
asesinato fuera más fácil.
Los aviones son hoy más frágiles y vulnerables que los autobuses, y por esto se
prestan más a los secuestros y capturas de rehenes.
La mejora de los rifles con mira telescópica y el continuo desarrollo de los
aparatos explosivos, cada vez más pequeños, que se pueden enviar por correo,
mantienen la tendencia.
La creciente dependencia de la sociedad respecto de la electricidad, generada en
centrales eléctricas muy frágiles y transmitida a través de líneas asequibles,
ofrece una posibilidad adicional para el ataque"
("La eliminación de la oportunidad terrorista",
en: David C. Rapoport, op. cit., ps. 141‑142).
Pero es pobre concepción pensar que la materia versa en torno a las bombas, las
granadas de mano o los cohetes antiblindaje.
Son cuestiones técnicas para nada desdeñables.
Un equipamiento correcto de las fuerzas de seguridad y de defensa ayudará
bastante a la
disminución de las bajas propias. Pero es casi obvio que el meridiano de la
cuestión no pasa
por
la tecnología de los equipamientos.
Tomando uno de los ejemplos citado por el profesor Quester se comprenderá mejor
lo que queremos decir.
Menciona él el caso de los ataques a los aviones comerciales. Al desvío y
secuestro de pasajeros tan frecuentes en épocas recientes.
Innumerables películas del cine y la televisión han mostrado los avatares a que
dan lugar
esas
capturas, y la gama de los expertos en disuasión y peritos en negociación de los
países
desarrollados para doblegar las amenazas de los secuestradores.
En
los filmes suelen ganar los "buenos"
sobre el final y luego de mil
peripecias. La realidad ha sido
un tanto más trágica.
Sin
embargo, entre tantas películas no se suele mostrar un modelo exitoso.
Sabido es que las líneas
israelíes han sido el
objeto predilecto de los terroristas
palestinos, y de sus socios árabes, europeos y japoneses.
No obstante, los judíos consiguieron frenar ese ataque demoledor.
¿Cómo... ?
¿Con técnicas sofisticadas de negociación sicológica sobre la mente de los
terroristas, al modo anglosajón ... ?
¡No! Con una acción mucho más elemental.
Colocaron en cada aparato de sus líneas aéreas a un tirador de "elite", con la
misión de disparar contra los terroristas secuestradores, y confundido entre los
demás pasajeros.
Claro, se dirá, el riesgo de muerte para el tirador, para los pasajeros y riesgo
para el avión era altísimo.
Pero ‑ y en esto descansaba la tesis israelí ‑ el riesgo para los terroristas
no era menor.
Ellos podían matar, pero, también, tendrían la seguridad de morir en el intento.
Consecuencia: se abstuvieron de atacar las líneas judías.
Acudieron a los suicidas "kanmikazes" japoneses de "Septiembre Negro".
Pero
la lista de voluntarios no resultó tan extensa como esperaban.
Y las
líneas aéreas israelíes continuaron volando sin problemas.
¿Lección ... ? La voluntad de resistir. Y de pasar a la ofensiva.
Como en Entebbe. Como en el Líbano. Con
Los terroristas palestinos no consiguieron poner de rodillas a los gobernantes
judíos. Eso lo ha visto todo el mundo.
Pero no se procura imitar, en lo imitable, ese ejemplo.
Lo imitable no son las tácticas concretas de las FF.AA. israelíes, que podrán
ser todo lo discutibles que se quieran.
Lo admirable es la capacidad de fortaleza de un Estado para no rendirse ni
abandonarse ni entrar en negociaciones apresuradas o inconducentes.
En calibrar bien la naturaleza del fenómeno que debían afrontar.
Porque ¿qué es lo que busca en definitiva el terrorista… ?
Lo
expresa de modo claro Lawrence Durrel, en "Bitter Lemons":
"La tenue cadena de confianza sobre la cual se basan todas las relaciones
humanas se rompe; y eso el terrorista lo sabe, y precisamente ahí afila sus
garras, porque su objetivo principal no es la batalla".
El "genio perverso del terrorismo" consiste en hacernos perder la confianza en
nuestra capacidad de reacción.
Si la respuesta es idónea, el chantaje moral cae en el vacío.
En suma, hay que conocer, tanto al enemigo, como a uno mismo.
"Conócete a ti mismo", reza el
aforismo socrático.
Y aprestar las fuerzas para la batalla.
Fuerza es voluntad.
En la voluntad, decía Goethe, reside el secreto de la vida. No hay otra receta
posible. Eso es lo que nos enseña la teoría.
Veremos, luego, las enseñanzas de
Algo, con todo, creemos haber adelantado por este duro camino de las realidades
de nuestro tiempo.
Con y por la realidad es, en definitiva, cómo un hombre debe vivir.