MADURO HUYE HACIA DELANTE
Maduro anunció su nueva estrategia para enfrentarse a la catástrofe
venezolana. Insiste en los errores de siempre. No va a rectificar. Mintió.
Inventó culpables y conspiraciones. Optó por huir hacia delante. Lo hizo
tras un inútil recorrido en busca de recursos por varios países, incluida
China. Apenas consiguió unos pocos créditos y la vaga promesa de ciertas
inversiones. Ya no le creen. Incluso, los que tienen ciertas simpatías
ideológicas no le creen. Por eso le han cerrado el grifo.
Hacen bien en no confiar en el chavismo. Nadie ignora que esta patulea de
incapaces, además de maltratar severamente a la población, y de convertir al
país en un narcoestado terriblemente corrupto –el más podrido de América
Latina de acuerdo con Transparencia Internacional–, ha malgastado miles de
millones de petrodólares. ¿Cuántos? Para que el azorado lector se haga una
idea: la cifra es mayor que la suma de todos los ingresos recibidos por el
Estado venezolano desde que Simón Bolívar consiguió la independencia en el
primer cuarto del siglo XIX.
Si los chavistas hubieran sabido y querido gobernar razonablemente, tras una
década del barril de petróleo a cien dólares, Venezuela hoy sería un país
del primer mundo y no una sociedad en plena descomposición, donde las
personas se pelean a puñetazos en los supermercados y las farmacias por
adquirir un poco de leche o una ampolleta de insulina.
¿Cómo llegaron a este desastre? Tomen nota los españoles: además del
catastrófico padrinazgo cubano, siguieron de cerca los consejos de los
profesores comunistas Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, hoy en Madrid
al frente del partido Podemos. Estos personajes llegaron a tener despacho en
Miraflores, la casa de gobierno en Venezuela, desde donde pontificaban y
recetaban a sus anchas.
Contenido Relacionado Durante más de seis años, y al costo de varios
millones de dólares que recibieron por sus asesorías, los jóvenes “expertos”
académicos españoles enseñaron a los chavistas a demoler sin compasión la
economía de la nación más rica de América Latina.
Arribaron a Caracas borrachos de populismo marxista, sin la menor
experiencia empresarial –lo que se traduce en que ignoran cómo se crea,
conserva o malgasta la riqueza–, convencidos de que la principal tarea de
los gobiernos es igualar a las personas por abajo. Objetivo, por cierto, que
lograron con creces. Hoy el país es una inmensa pocilga colectiva.
¿Y ahora qué va a pasar en Venezuela? Un experto en seguridad lo ha
vaticinado en un tono sombrío: el chavismo –me ha dicho– no marcha hacia una
revolución o contrarrevolución política, sino hacia un saqueo nacional,
monstruoso y definitivo, que llegará a los hoteles y a las casas suntuosas,
donde quiera que haya comida.
Venezuela va hacia el caos, regido por la ley del más fuerte, con cien mil
Kalashnikovs, pistolas y cuchillos empuñados por la gente de rompe y rasga.
Esos mismos que en el 2014 asesinaron a 25,000 personas para despojarlas de
los teléfonos móviles, las billeteras y los anillos, ahora acompañados por
una enorme turba que se robará televisores, enseres domésticos y todo lo que
encuentre a su paso.
¿Por qué no? Eso fue lo que aprendieron de Hugo Chávez en aquellos paseos
televisados en los que el difunto militar repetía alegremente el fatídico “exprópiese”
ante cualquier bien que le llamara la atención, mientras sus cómplices,
vestidos de rojo, reían y aplaudían irresponsablemente. El teniente coronel
les enseñó que en la contemporánea selva urbana no existen los derechos de
propiedad. Sencillamente, el dueño es el que tiene la pistola en la mano y
está dispuesto a utilizarla. Menudo legado.
Por supuesto, Maduro todavía tendría la posibilidad de impedir este horror.
¿Cómo? Rectificando. Debería comenzar por abrir los calabozos y liberar a
los presos políticos, al tiempo que convoca a un urgente diálogo nacional
con la oposición –que hoy tiene el 75% de respaldo popular– para darle un
vuelco a la situación mediante una inmediata reforma consensuada.
¿Por qué no lo hace? Probablemente, se lo impiden los narcogenerales que
temen por su bolsa y por su vida, la legión de los corruptos que prefiere
continuar esquilmando al país, y sus mentores cubanos, que anualmente
reciben miles de millones de dólares en subsidios y están dispuestos a
pelear hasta el último venezolano por mantener ese vital flujo de recursos.
Atrapado en medio de esas fuerzas, Nicolás Maduro marcha a paso firme hacia
el precipicio.
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