PRIMERA PARTE (continúa…) Titulos 1-2-3.-

 

LA GUERRA IRREGULAR

Luis Heinecker S

 

1. INTRODUCCION

 

Desde el Génesis y conforme a la Biblia, los hombres luchan entre sí, como una impronta del Pecado Original de los primeros padres en el Edén. Si la historia comienza en Sumeria, ahí, los arqueólogos de Ur de Caldea descubren en las tablillas cuneiformes, cuatro mil años antes de Cristo, la presencia de Ejércitos organizados.

Los conflictos humanos resueltos con las armas. Guerra. Pero no de cualquier modo, sino  mediante una organización que permita el uso del armamento de la manera más eficaz. Que facilite la solución del conflicto con la menor cantidad de pérdidas humanas. Una solución racional a una tensión pasional.

Nuestro idioma cuenta con dos palabras originales que dan forma al hecho.

"Werra",  viene del lenguaje visigodo, y es el equivalente a conflicto insolucionable por las vías diplomá­ticas de la negociación.

"Bellum" es latina. Es la guerra; el conflicto armado. Al mismo tiempo implica las normas del conflicto: la fuerza armada, organizada para enfrentar la beligerancia. Y el consiguiente adagio que exhibe su finalidad: "si vis pacem, para bellum". Si quieres preservar la paz, prepárate para la guerra, mantén lista tu fuerza armada.

 

"El fin de la guerra es la paz", dice San Agustín.

El combate bélico no es un fin en sí mismo; sólo un medio para hallar la justicia que define a la paz.

Tampoco, en sí mismo, es un medio prohibido en absoluto a los humanos por la ley moral. Cristo no ordenó al Centurión romano que abandonara su profesión militar. Claro que en un plano más elevado y, por tanto, voluntario, de la perfección humana, el combate se traslada de lo externo a lo interno.

"Yo no he venido a traer la paz, sino la guerra", dice Cristo. Completa a Job, para quien la "vida del hombre sobre la tierra es combate". Hablan del "buen combate", que elogiara San Pablo. La lucha del hombre por domeñar sus pasiones, con la ayuda de Dios. Combate que sólo concluye con la muerte, con la Paz del Reino de los Cielos. Entre tanto, afuera y adentro del alma humana, en esta tierra, el conflicto siempre está pendiente.

 

Podrán arbitrarse convenciones o tratados para la "solución pacífica de los conflictos". Son deseos laudables. "Bienaventurados los que trabajan por la paz" (los que "trabajan", operan, no los que hablan de la paz). Aun, por la paz del mundo; aunque la Paz de Cristo no sea como la paz del mundo ("Mi paz os dejo, mi paz os doy, no la paz del mundo").

 

Pero, en las leyes que estructuran esas metas pacíficas, siempre se prevé la posibilidad de su ruptura.

En la Carta de las Naciones Unidas, en la Carta de la OEA, se consagra el derecho a la legítima defensa, mientras el organismo internacional delibera y resuelve la acción armada, al concluirse el trámite negociador sin solución favorable. La guerra, "última ratio", como la llamaba Santo Tomás de Aquino.

 

Ante esa realidad, como ante cualquier otra realidad, también siempre han aparecido  posiciones utopistas. Que niegan la consustancialidad de las pasiones y las tensiones consi­guientes. Que no admiten una falla originaria en la especie humana. Y que aspiran a realizar al fin de la Historia, lo que la Biblia coloca al comienzo: el Paraíso Terrenal.

 

El racionalismo piensa que puede absorber la totalidad de la conducta humana y, por lo tanto, suprimir la guerra por decreto. Decreto que, primero, se encamina a la supresión del instrumento racional para efectuar la guerra: la Fuerza Armada. La "Paz Perpetua" de Kant, como corolario del "Progreso Indefinido de la Humanidad".

Tales quimeras tienen su registro histórico: la Primera y Segunda Guerra Mundial, conflagraciones internacionales que siguieron a épocas de intenso pacifismo y antimilitarismo. Y la llamada por los tratadistas "Tercera Guerra Mundial", que siguió al Tratado de Yalta de 1945, y al "empate atómico" de las superpotencias.

Precisamente, la irracionalidad del arsenal bélico atómico, con su peligro genérico para la Humanidad, es la que ha obligado a replantear en nuestra época la cuestión de la belige­rancia.

 

La guerra "regular", con armamento "convencional", continúa regida por las normas éticas y jurídicas que vienen desde los sumerios.

No obstante, hay ahora otro tipo de guerras que escapan a esa normatividad.

Una, de casi imposible o inimaginable aplicación: la guerra atómica, que la Doctrina de la Iglesia Católica, y la mayoría del pensamiento occidental, condena en absoluto.

Y las “Guerras Irregulares”, que son las que mayores disputas teóricas han ocasionado. Y que, en su forma de “Terrorismo", también han merecido la condena total de la Iglesia y de la parte sana de la Comunidad Internacional.

Sobre ellas hablaremos a continuación.

 

2. IRREGULARIDAD

 

“Irregular”, porque no cumple las reglas. Las reglas técnicas, jurídicas o morales.

A fin de no ser confundido con la población civil, el combatiente de un Ejército debe usar un uniforme. Esa vestimenta, al distinguirlo del civil, permite al adversario no atacar indiscrimina­damente.

De ahí que la Convención de Ginebra sobre el "derecho de guerra" no protege a quien no combate uniformado. Este caso, que ponemos por ejemplo primero, nos ilustra ya acerca de la guerra irregular.

Puesto que el "miliciano" o irregular, si algo evita, es el diferenciarse de la población común. Su "camouflage" o ropa de cobertura es su vestimenta civil. ¿Para qué...? Para cumplir, en lo externo, con el precepto de esa guerra fijado por Mao‑Tsé Tung de mimetizarse en el pueblo "como el pez en el agua".

 

Que el hombre común, que no ha participado en la acción bélica, tenga que correr la suerte del "partisano", voluntaria o involun­tariamente, es una de las normas antijurídicas y antiéticas de este tipo de conflagración.

Así, el esfuerzo de siglos de la civilización por regular la lucha bélica se desmorona. El conflicto deja de reconocer límites precisos, se torna total y, por ende, inhumano.

 

“Irregular”, sin reglas, sin límites. Sin frentes.

En todo combate hay una línea divisoria entre las fuerzas de uno y otro bando, que luchan por el dominio de un terreno. Eso sucede en la guerra convencional o tradicional, sea ésta externa o "nacional", o interna o "civil".

"Sin novedad en el frente", la famosa novela pacifista del alemán Erich María Remarque, no tiene aplicación a la guerra irregular, porque (en ésta?) ahí no hay frentes. O todo el territorio es un mismo frente.

 

Esta guerra (irregular) en todas sus primeras etapas es interna a un país; es como una "guerra civil". Alimentada desde afuera, lo que también suele acontecer con las conflagraciones domés­ticas.

Con "santuarios" fronterizos, lo que ya es más propio del conflicto irregular. Pero sin áreas territoriales en poder del bando irregular (hasta su último período, en que se enquista en "zonas liberadas").

 

¿Entonces, dónde se combate...?

En todas partes. En el campo, en la ciudad, en la calle, en las casas, en los vehículos, en los medios de comunicación...

¿Cómo...? Sí, porque no es una guerra por la tierra, sino por la gente.

Por la mente de la población. Busca conquistar personas, no espacios geográficos. Convencer para vencer.

Su frente es la siquis humana.

Por lo que es denominada, con propiedad, "guerra sicológica".

De agresión a la mentalidad humana, individual y colectiva.

Por ello, inhumana. Violadora, sistemática y por principio, del derecho de la personalidad, de la privacidad de la conciencia.

 

Todos, en todo momento y en cualquier parte, quedamos expuestos a esa contaminación bélica.

No hay fortificaciones aislantes.

El civil no combatiente no halla un refugio antiaéreo, una tierra de nadie, un sector desmilitarizado en el cual substraerse al efluvio del "fuego" irregular.

No lo encontrará porque, precisamente a él, civil, lo buscan los "proyectiles" de la guerra sicológica.

El carecer de asilo ‑ derecho inmemorial de la civilización occidental ‑ es una de las caracte­rísticas de la “Irregularidad”.

 

Con los dos ejemplos propuestos hemos ilustrado este pantallazo inicial a la "guerra  moderna".

El hombre o mujer de la calle se desconcierta.

Mira y no ve soldados uniformados que avancen contra su comuna o población.

No hay ruido de tanques o de aviones.

No divisa una línea de fuego próxima o distante, como la que ha visto en las series de televisión o en las películas del cine.

Se cree tranquilo, en paz.

Prende la radio y se encuentra con que el programa musical está interferido por una emisión clandestina, que pasa un "parte" operativo.

Oye una explosión. Sale a la puerta y ve que el poste del alumbrado público ha sido destruido por una carga de dinamita.

El bus que transita por la avenida es atacado con bombas incen­diarias o de cianuro que queman al conductor y a una guagua que iba en brazos de su madre.

¿Qué es esto, se pregunta ... ?.

 

Si interroga a personas que él supone de mejores conocimientos, al profesional, al político, al clérigo, le dirán que esos son sucesos policiales, casos criminales aislados.

Que eso no es guerra, propiamente dicha, porque no hay frentes y no hay ejércitos uniformados enfrentados.

Que no se preocupe.

Que no crea en las exageraciones del gobierno, que a cualquier incidente opositor llama "guerra".

Se tranquiliza. Toma su auto para volver al trabajo. Se interna en el tránsito céntrico. En una esquina se detiene ante el semáforo rojo. A su lado, estaciona un furgón de Carabineros.

De repente, una ráfaga de sub-ametralladoras es lanzada por unos motociclistas que se fugan. Las balas han atravesado el parabrisas del automóvil civil. Su conductor ha muerto.

Nunca sabrá que él era parte de esa “guerra irregular”, no declarada, pero si ejecutada por el marxismo internacional.

 

3. BIBLIOGRAFIA

 

Vamos por partes.

Estudiemos el fenómeno que nos desorienta. Consultemos los libros.

El locutor de la radio ha hablado de "atentado terrorista".

 

Terro­rismo. Acudamos a lo que tenemos más a mano. El diccionario Espasa‑Calpe nos da una definición gramatical. "Miedo, espanto, pavor de un mal que amenaza o de un peligro que se teme". Describe el pánico que sobrecoge a una masa de gente. Y cita ejemplos históricos.

El período del "Terror" jacobino, durante la Revolución Francesa, en que "eran frecuentes las ejecuciones por motivos políticos".

Es una noción genérica, claro está.

Damos un paso más en la biblioteca.

En el "Diccionario de ciencias jurídicas, políticas y sociales", del jurista republicano español Manuel Ossorio y Gallardo, el punto se define así:

"Dominación por el terror. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”.

Esta definición, tomada del diccionario de la Academia, no tipifica un delito concreto; porque de los actos del terrorismo pueden configurarse otros delitos específicos, ya sea:

contra las personas,

ya sea contra la libertad,

contra la propiedad,

 contra la seguridad común,

contra la tranquilidad pública,

contra los poderes públicos y el orden constitucional

o contra la administración pública.

 

Sin embargo, el terrorismo pudiera estar incluido dentro de los delitos de intimidación pública…   

No hemos avanzado mucho en el conocimiento del fenómeno que nos inquieta.

Son libros viejos. Como el "Diccionario de términos militares para las Fuerzas Armadas", de la Junta Interamericana de Defensa, de 1957.

Evidentemente, habrá que buscar bibliografía moderna. Para no quedar­ nos en ayunas, como esos obsoletos políticos que tan mal aconsejaron al vecino que murió en su auto.

Leer, v.gr.,

-                    a Eugéne Aroneanu ("Les formes de l'agression", en: "Revue de Droit Internationai, de Sciences Diplomatiques et Politiques", Ginebra, NO 4,1958),

-                    al general francés André Beautré ("La apuesta del desorden", 1971),

-                    a Bernard Brode ("Guerra y política", 1978),

-                    al Comando General del Ejército, de la R.O. del Uruguay ("Testimonio de una nación agredida", 1978),

-                    a L. Crahay ("Arte de la guerra moderna", 1977),

-                    al general español Díaz de Villegas (1a guerra revolucionaria", 1959),

-                    a Franco Fornari ("Psicoanálisis de la guerra", México, 1972),

-                    a Raymond L. Garthoff ("Doctrina militar soviética", 1956),

-                    a Georgio Grivas ("Guerra de guerrillas", 1977),

-                    a Jober Chateau ("La confrontación revolución‑contrarrevolución", 1977),

-                    a Mao‑Tse Tung ("La guerra de guerrillas", 1966),

-                    a Richard Nixon ("La verdadera guerra", Madrid, 1980),

-                    a Douglas Pike ("Vietcong", 1968),

-                    a Sir Robert Thompson ("Defeating communist insurgency", 1966),

-                    al Coronel Roger Trinquier ("La guerra moderna y la lucha contra las guerrillas", Barcelona, 1965),

-                    y a U.S.A., Ministerio de Ejército ("Operaciones contra fuerzas irregulares", Washington, 1962), etcétera.

 

    Muchas más obras existen acerca del tema. De escritores comunistas y anticomunistas; porque tanto en unos como en otros el fenómeno que los antiguos consideraban "policial" es netamente definido como bélico.

    Claro que si el lector común no quiere o no puede acudir a esa masa ingente de libros, podría conformarse con lecturas más amenas. Como las novelas del escritor francés Jean Lartéguy (en especial: "Los centuriones" y "Los pretorianos"), que han sido llevadas al cine.

    De todos modos, intentaremos dar una síntesis conceptual al alcance de cualquier persona  sensata.

    Reproduzcamos, por ejemplo, ciertos pasajes de la obra del especialista francés Claude  Delmas, "La guerra revolucionaria".

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