PRIMERA PARTE (continuación) Títulos 6 y 7.- 

 

LA GUERRA IRREGULAR

Luis Heinecker S

 

6. IDEOLOGIA REVOLUCIONARIA

 

La Revolución.‑

"Se entiende por revolución ‑ dice el Coronel Pierre Chateau‑Jobert, jefe de comandos SAS, paracaidistas ‑ una negación de todos los valores del ser". "Todo lo que ataca la dignidad del hombre y perjudica sus verdaderos derechos o el cumplimiento de sus deberes, es expresión de una rebelión contra el orden natural: es la revolución".

Así de amplio es el espectro revolucionario.

 

Claro que, en nuestra época, la revolución se identifica con una ideología, la comunista.

Basada en Hegel, proyectada por Marx y Engels, ejecutada por Lenin y Trotsky, codificada por Stalin, es la ideología revolucionaria por excelencia.

A partir de su núcleo soviético se extendió por el mundo como una mancha de aceite, configurando el Nuevo Islam.

Sus creyentes aspiraban al Imperio Universal. Por "todos los medios de lucha", incluyendo los de la "Guerra Revolucionaria". Que se gesta tras el "empate atómico", cuando la URSS, por medio de espías, se apodera de los secretos de la fabricación de bombas atómicas.

Como el armamento atómico, por su incalculable capacidad destructiva, impide, en la práctica, una guerra conven­cional entre los dos bloques en que se dividió el mundo con la "guerra fría", el sovietismo dio paso, “luz verde", a un nuevo tipo de confrontación bélica: la guerra irregular o revolucionaria.

Irregular, por sus métodos, los de la táctica guerrillera; revolucionaria, por su ideología, la del marxismo‑leninismo.

 

Si leemos a Mao‑Tsé Tung, en algunas de sus obras (v.gr. "El movimiento campesino en la provincia de Hu‑Nan", marzo de 1927; "Los problemas estratégicos de la guerra revolu­cionaria en China", diciembre de 1936), contaremos con una primera idea del enfoque comu­nista de esta especie de guerra.

 

Dice Mao:

 

        "La revolución es un pacto de violencia, la acción despiadada de una clase que derriba el poder de otra clase... Nuestra guerra es una guerra revolucionaria...

        Es por eso que debemos estudiar no sólo las leyes de la guerra en general, sino también las leyes específicas de la guerra revolucionaria...

        Para suprimir la guerra no existe más que un medio: luchar por la guerra contra la guerra, por la guerra revolucionaria contra la guerra contrarrevolucionaria...

        Todas las guerras de la historia se dividen en todo y por todo en dos categorías: las guerras justas y las guerras injustas...

        Todas las guerras contra­rrevolucionarias son injustas, todas las guerras revolucionarias son justas...

        Ha sido demostrado que tenemos necesidad no sólo de una ajustada línea política marxista, sino también de una ajustada “línea militar marxista".

 

La línea marxista militar ya había sido esbozada por Lenin.

“Una lucha inevitable", decía, refiriéndose a lo que llamaba la “lucha guerrillera"; una “lucha a muerte”, bajo las formas del terror.

Y agregaba:

 

        "El marxista no puede considerar de un modo general como anormal y desmoralizadora la guerra civil o la lucha guerrillera, que es una de sus formas de manifestarse.

        “El marxismo pisa sobre el terreno de la lucha de clases y no sobre el terreno de la paz social...

        “Se dice que la guerra de guerrillas acerca al proletariado consciente a los borrachos degenerados y desclasados. Y esto es verdad.

        “Pero lo único que de aquí se desprende es que el partido del proletariado no debe considerar la guerra de guerrillas como el único, ni siquiera como el fundamental medio de lucha, sino que debe supedi­tarse a otros...

        “La guerra de guerrillas, el terror de masas... contribuirán indudablemente a enseñar a las masas la táctica acertada durante la insurrección...

        “Las masas deben saber que se lanzan a una lucha armada sangrienta, sin cuartel.

        “El desprecio a la muerte debe difundirse entre las masas y asegurar la victoria.

        La ofensiva contra el enemigo debe ser lo más enérgica posible: ofensiva, y no defensiva: ésta debe ser la consigna de las masas: exterminio implacable del enemigo: tal será su objetivo".

("Obras Completas", Bs. As., Cartago, 1965, t. XI, ps. 214 ‑ 215, t. li, ps. 154 ‑ 159).

 

Lucha guerrillera en Lenin (combinada con el terrorismo), que en Mao toma su nombre técnico de "guerra revolucionaria". Calificativo que deviene de su adscripción a la revolución.

De tal ideología se pueden dar cientos de definiciones y transcribir miles de textos.

Por lo pronto, cabría reproducir casi íntegro el "Manifiesto Comunista" (1848), de Karl Marx y Friedrich Engels.

Como esto no es un tratado de ciencia política, creemos que el lector podrá tener una idea aproximada de esa religión negativa que es el marxismo‑leninismo, con una sola cita. Cita que describe bien la naturaleza intrínsecamente utópica (y, por eso, perversa) de esa teoría, aplicándola al terreno de la guerra irregular, por alguien compenetrado de esa doctrina y su “praxis” correspondiente.

Son fragmentos del artículo titulado: "El socialismo y el hombre en Cuba" (publicado en Montevideo, en marzo de 1965), cuyo autor era Ernesto "Che" Guevara, y que dicen así:

 

        "Podemos intentar injertar el olmo para que de peras...

        “Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original...

        “Particularmente importante es la juventud, por ser la arcilla maleable con que se puede construir el hombre nuevo sin ninguna de las taras anterio­res...

        “No hay vida fuera de la revolución...

        “El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte...

        “Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos".

 

Ahí está el meollo del motor autodinámico del guerrillero revolucionario.

En la irrealidad contra natura, de la utopía.

La revolución es “la negación de todos los valores del ser", una rebelión contra el orden natural".

Negar el ser de las cosas es lo más grave que se puede pensar.

 

"Hay un pecado ‑ dice el gran escritor inglés Gilbert Keith Chesterton‑: decir que es gris una hoja verde, y se estremece el sol ante el ultraje".

Pretender que una hoja verde es gris es lo mismo que “intentar injertar el olmo para que dé peras". Subjetivismo inmanentista potenciado por un voluntarismo absoluto. Supone el olvido de esta advertencia del gran poeta español Antonio Machado: "El ojo que ves / no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve".

 

Pero va más allá. No se queda en el escepticismo o en el agnosticismo.

El ateo "Che" Guevara no sólo quiere cambiar el mundo social y la naturaleza física, sino que imagina crear un "hombre nuevo".

Prometeo desencadenado y trocado en demiurgo. Combinación explosiva: optimista social, pesimista trascendental. No admite la eternidad; desea eternizar el tiempo. Ha borrado el cielo de su vista; pero ambiciona bajarlo a la tierra. No acepta el pecado original; y sueña con el restablecimiento del paraíso terrenal.

A ese efecto violentará lo que sea la conciencia humana, entre otras cosas. " l

“¡Húndete en el fango, abraza el carnicero, pero cambia el mundo!", aconseja un personaje del dramaturgo marxista Berthold Brecht.

Cambiar todo, destruir el orden natural, sin remordimientos de ninguna especie. El utopista desemboca, necesariamente en la violencia. No en cualquier violencia. Una violencia profunda, teorizada, sistematizada, justificada, sacralizada.

Cuando el utopista secuestra, roba, extorsiona, lesiona y mata, no lo hace como un criminal común. Rechaza la condena, y reclama los laureles de los héroes. Porque ha cumplido con la "Ley de la Historia", que profetizara Karl Marx, aunque nunca se verificara en los hechos.

Aunque el "socialismo real" no se parezca en nada a las lucubraciones marxista. Porque la utopía es lo que no es, ni ha sido nunca, pero, por eso mismo, será‑‑‑

 

Contra ese fideísmo no cabe razonar.

Bien dice el estudioso de la guerra revolucionaria, Claude Delmas, que "el militante comunista se comporta, en conjunto, aproximadamente igual que el combatiente religioso, al menos de una religión casi primitiva... que tiene como carac­terística esencial poner en juego sólo medios humanos".

Añade:

El combatiente‑militante ha reencontrado la conciencia de la realidad del mal sin los medíos de expiación antaño abiertos a los pecadores".

La catarsis del pecador social se hallará exclusivamente en el fuego purificador.

Algo que únicamente se puede comprender con los ojos de la fe marxista, cuya iglesia es el Partido Comunista.

Un dogma que cuenta con sus ortodoxias y sus heterodoxias, y con doctores con su respectiva capilla.

 

De esa entelequia nace la guerra revolucionaria.

Una caldera a presión cuya válvula de  escape es el odio al cambiante "enemigo de clase". Una huida hacia adelante, que "no tiene más fin que la muerte", según decía el "Che" Guevara.

Bien, bastante más cabría exponer acerca del sentido hondo de la revolución.

Creemos que basta con la definición dada por S.S. Pío XI en su Encíclica "Divinis Redemptoris", de 1936: es una ideología "intrínsecamente perversa".

No simplemente mala, sino pésima, y no por accidente, sino por naturaleza.

Ahí está la médula de esta guerra irregular. Aclarado lo cual, ya podemos pasar a otro punto.

 

 

7. TERRORISMO

 

Guerrilla. Revolución. El tercer ingrediente se llama terrorismo.

En esto, como en lo anterior, el maestro es Lenin.

Heredero de las tradiciones nihilistas rusas, Lenin, a diferencia de otros socialdemócratas, nunca le hizo asco al terrorismo.

Sus “lecciones" al respecto son muy explícitas:

 

        "La lucha armada persigue dos fines distintos...

        1) esta lucha va dirigida en primer lugar a dar muerte a determinadas personas, autoridades y agentes de la policía y el ejército;

        2) en segundo lugar, tiene por finalidad la confiscacíón de recursos monetarios, arrebatándoselos tanto al gobierno como a los particulares.

        Una parte del dinero con­fiscado va a parar a manos del partido, otra parte se destina especialmente a comprar armamento y a preparar la insurrección y otra a sostener a quienes mantienen la lucha cuyas características hemos señalado"

("Obras Completas", cit., t. XI, p. 210).

 

        "En principio nunca hemos rechazado el terror ni podemos rechazarlo.

        El terror es una de las formas de accíón milítar que puede ser perfectamente aplicable, y aún esencial, en un momento dado del combate... una de las operaciones de un ejército en acción"

("Obras Completas", cit., t. V, p. 15).

 

"La finalidad del terror es aterrorizar", indicaba.

Esto es: provocar por la violencia un  miedo paralizante.

Es un método del proceso subversivo, científicamente planificado.

Es lo que el terrorista ruso Sergio Nechayev, discípulo del anarquista Mijail Bakunin, llamaba “la ciencia de la destrucción".

 

Nechayev escribió un "Catecismo del Revolucionario", con 26 artículos, en el que desarrollaba los métodos del asesinato político.

Atentados que podían incluir a cualquiera, incluso los parientes más próximos.

Porque, decía, el revolucionario debe ser sólo leal a la revolución: "si le es fiel a algo más en este mundo, deja de ser un revolucio­nario...

Mal para él si tiene en este mundo relaciones con padres, amigos o amantes. Ya no es un revolucionario si se deja dominar por tales afectos".

 

Una traducción contemporánea y latinoamericana de esa actitud vital la encontramos en Ernesto "Che" Guevara. Así escribe el guerrillero argentino‑cubano:

 

        “Los dirigentes de la revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos no  aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de la revolución.

        No hay vida fuera de ella...

        El dirigente debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se le contraiga un músculo”

("El socialismo y el hombre en Cuba", cit.).

 

        El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más  allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar.

        Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.      

        Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve; a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total.

        Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aun dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre, hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite...

        Eso significa una guerra larga.

        Y, lo repetimos una vez más, una guerra cruel"

 

("Mensaje a la Tricontinental. Crear dos, tres... muchos Vietnam, esa es la consigna").

 

        "Ahora viene la etapa en la que el terror sobre los campesinos se ejercerá desde ambas partes... desde el terror planificado, lograremos la neutralidad de los más."

 

("Diario del Che en Bolivia").

 

Las recetas terroristas de los marxistas varían conforme al temperamento y circunstan­cias  geográficas y étnicas del teorizante.

Mientras que Guevara aconseja: “Por encima de todo, debemos mantener vivo nuestro odio y realzarlo hasta el paroxismo", el brasileño Carlos Marighella, en su "Mini‑Manual de Guerrillas Urbanas", enseña a "asesinar sin furia", pero disparando a quemarropa, sin aviso.

“El apuntar y disparar son para los guerrilleros urbanos – asevera ‑ lo que el aire y el agua para los seres humanos".

 

Por cierto que donde adquirió mayor desenvolvimiento la noción terrorista fue en la  guerra de Argelia, entre las tropas francesas y los "fellaghas" del FLN.

Uno de los dirigentes del grupo liberacionista árabe, Ben Tobbal, apodado el "Beria del FLN", redactó unas “Instruc­ciones" para los guerrilleros, en cuyo artículo 2 bis preveía la violación y castración posterior de los soldados conscriptos franceses capturados.

El estudioso y militar francés del tema, Philippe Tripier, en su libro "Autopsia de la Guerra de Argelia", expone sobre esta cuestión que los más afectados por la violencia "fellagha" fueron los musulmanes no marxistas:

 

        "Hubo pocos atentados gratuitos.

        Los crímenes que cometió el FLN fueron, por lo general, lúcidos, tuvieron una intención política definida y las víctimas, individuales o colectivas, fueron seleccionadas en función de ella...

 

        "El control de la población musulmana se realizó por medio de algunas disciplinas simples, arbitrarias, impuestas a todos; por ejemplo: prohibición de fumar, prohibición de practicar juegos de azar, obligación de pagar un "impuesto" al FLN.

 

        “Sanciones en caso de no cumplimiento: mutilación, saqueo de los bienes, muerte.

        La sanción es deliberadamente excesiva a fin de resultar terrorífica y, por lo tanto, ejemplar.

        Se trata de obtener una conversión incondicional de los que rodean a la víctima por medio del espectáculo del horror.

        “Es así que los hombres que pueden verse hoy en día desprovistos de apéndice nasal son generalmente fumadores que, habiendo contravenido la orden de entonces, habían sufrido la amputación de la nariz.  

        Tal era, entre otras, la sanción prevista para ese delito.

        "La amputación de la nariz fue practicada con frecuencia.

        Por lo general se dejaba a la víctima un papel donde se especificaba que la "Justicia de Guerra del ALN" lo había condenado a la indignidad nacional para toda la vida mediante desfiguración..."

        Se realizaban también otras mutilaciones en vivo: manos cortadas, ojos hundidos, labios seccionados, etc.

 

        “Pero por lo general se dejaba vivir a las víctimas de este tipo, de modo tal que sus mutilaciones fuesen en todas partes testimonio del temible poder del Ejército de Libe­ración Nacional.

        "La muerte común era la que prescribe el Corán para los animales: el degollamiento con un cuchillo de una a otra oreja, que recibió el sobrenombre de la gran sonrisa; o por medio de un arma de fuego; o por medio de la horca.

        “A menudo el cadáver era expuesto a la vista y se prohibía tocarlo durante un lapso de varios días, a fin de que el despanzurrado, el degollado o el ahorcado tuviese tiempo de producir su pleno efecto político.

        Es con esta misma intención (y también ‑ sin duda ‑ para satisfacer algún sombrío instinto) que a menudo se mutilaba el cuerpo de la víctima antes o después de la muerte; se lo desnudaba y se lo despanzurraba, o se lo cortajeaba en todos los sentidos, se lo quemaba, se le amputaban miembros o se lo sometía a alguna monstruosa cirugía genital”.

 

        "Según uno de los testigos mejor informados del drama argelino, en 1955 "el terror  es una palanca sicológica de un poder increíble.

        Frente a los cadáveres degollados y a las muecas de los rostros de los mutilados toda veleidad de resistencia se esfuma; el resorte se ha roto".

        En un segundo momento el horror abre los espíritus a la propaganda: es de ésta el vehículo más seguro...

 

        “Así era la propaganda del FLN.: injertada en la violencia, irrumpía en los espíritus convulsionados y aplastados por el espectáculo del horror”.

 

Creemos que la extensa transcripción (anterior) se justifica a fin de que el lector establezca el origen de cierta "propaganda armada" en Chile, ejecutada por los terroristas durante el Gobierno Militar.

 

Pasamos del caso africano al de nuestro país.

Lo hacemos, también reproduciendo un texto.

En este caso, el capítulo titulado "Las víctimas calladas", correspon­diente a la obra "Crónica de un rescate (Chile: 1973‑1988)", de la que es autor Rafael Valdivieso Ariztía:

 

        “En toda esta larga etapa de violencia, iniciada según dijimos por el MIR el año 1965 y acrecentada después en la forma ya descrita, innumerables son las víctimas que cubrió el silencio, cuyo anonimato se esconde aún más en las cifras recogidas al término de cada enfrentamiento, al finalizar las "jornadas de protesta": tantos muertos o tantos heridos.

        “Cuando carecen de afiliación política o de coloración ideológica, cuando son neutrales, cuando se trata de viandantes pacíficos o de trabajadores empeñados sólo en asegurar el sustento de los suyos, no suscitan el interés de nadie.

        “No se ocupan de ellos los comentaristas, los cronistas, los fotógrafos o los camarógrafos de los medios de comunicación, tampoco inquietan a los organismos internacionales preocupados de los derechos humanos; sus nombres, salvo rarísimas excepciones, no aparecen en los órganos de prensa nacionales o extranjeros; no se les dispensa la compañía, los gestos o las actitudes solidarias de agentes diplomáticos o de pastores.

        “Y son personas, seres humanos. Pero por ser sólo eso, por carecer de sello, ficha o librea, no promueven la protección institucionalizada.

        "Y, con poco se averigüe la suerte de estas víctimas calladas del terrorismo, se muestra en toda su estremecedora realidad.

 

      "El 24 de marzo de 1980, Karína del Rosario Ferrada Carrasco, de nueve años aún no cumplidos, regresaba de su escuela en compañía de otros dos niños, Pamela y Orlando José Sáez, de ocho y once años de edad respectivamente.

      “Al pasar junto a un poste cercano al retén de Carabineros de "La Pincoya" (Conchalí), una bomba colocada allí, dentro de un tarro de leche, estalló, dándole de lleno al pequeño grupo.

      “Orlando murió en el sitio, Pamela sufrió graves quemaduras, y Karina del Rosario resultó con gravísimas heridas en la cara, cuello y tórax. Debiera ser hoy una mujercita con su instrucción básica completa, capaz de acariciar más de alguna ilusión.

      Su (de Karina del Rosario) apariencia física quedó por desgracia tan maltrecha y su cara tan desfigurada, que debió abandonar la escuela y esquivar toda compañía, resignarse a un alto grado de analfabetismo y someterse a sucesivas intervenciones de cirugía mayor, para reparar su rostro y su cuerpo en alguna medida. En todo caso, quedó absolutamente incapacitada para ganarse el sustento.

 

      Nora Rosa Vargas Veas, modesta madre de dos niños, realizaba el 28 de octubre de 1985, como de costumbre, sus tareas de aseadora en las oficinas de United Trading Company.

      Ese día cumplía veinticuatro años de edad, pero el aniversario le resultó trágico, pues un artefacto explosivo, depositado en ese local por terroristas, estalló, arrancándole el pie y parte de la pierna derecha y causándole gravísimas lesiones en la izquierda.

      En estado agónico y con anemia aguda fue llevada a un centro asistencial, donde fue preciso amputarle ambas extremidades, quedando naturalmente inválida y dependiente de la asistencia social que se le ha podido dispensar.

 

      "Pedro Simón Muñoz Araos trabajaba, cuando las "protestas pacíficas" de noviembre de 1985, como chofer‑relevo de un taxi colectivo.

      Debía hacerlo: no podía prescindir de un ingreso diario, indispensable para mantener a su familia compuesta de mul . er y cuatro hijos.

      Para los organizadores de esa jornada tal actitud no tenía perdón, pues habían llamado también a un paro laboral. Como el país continuó marchando y la locomoción prestando sus servicios, la frustración de los convocantes dio paso a la violencia.

      Un atentado incendiario detuvo y destruyó el taxi colectivo de Muñoz.   También quemó el setenta y cinco por ciento de su cuerpo. Sobrevivió, y eso que no recibió más asistencia médica que la ordinariamente dispensada en nuestros servicios de salud.

      Nadie puede manejar el destino ni penetrar ese arcano que los creyentes deno­minan “inescrutables designios de la Divina Providencia", pero la vida de Pedro Simón Muñoz (si vida puede llamarse) se trastornó; perdió su faz humana (en su cara achicha­rrada, carente de nariz y orejas, se destacan sólo sus ojos); su familia tomó otro camino; no se atreve a mostrarse y debe mantenerse inactivo; necesita cirugía plástica mayor, pero hasta el momento no se le ha podido someter a las intervenciones correspondientes.

 

"Otra víctima de la libertad de trabajo es Fernando Guzmán Vega.

      El 24 de mayo de 1986 fue asaltada por extremistas la garita de la línea Cisterna‑Mapocho, en la que se desempeñaba como inspector.

      En la balacera provocada por los atacantes, un proyectil le penetró el tórax por la axila derecha, le perforó el pulmón y le impactó la columna vertebral, fracturándole dos vértebras.

      Quedó parapléjico y laboralmente incapacitado.

 

      "Dijimos más atrás, que en la jornada de protesta (por cierto "pacífica") a que convocó la Asamblea de la Civilidad el 2 de julio de 1986 apareció el empleo de ácidos corrosivos como nuevos elementos de amedrentamiento.

      Al día siguiente de la fecha indicada Guillermo Farías Pízarro cumplía sus obligaciones como inspector de la línea de buses San Cristóbal La Granja, sin imaginar seguramente que en su cuerpo quedarían para siempre las huellas de tan salvaje medio.

      Un grupo de terroristas lanzó al interior del vehículo en que se movilizaba varias botellas con ácido, el que al caer sobre su cuerpo le quemó un tercio del mismo, destruyendo la piel de su rostro, tórax, brazos y manos.

      Las múltiples intervenciones quirúrgicas de que ha sido objeto no han conse­guido hasta ahora restaurar su fisonomía ni rehabilitarlo por completo, de manera que a contar del día del atentado se encuentra con licencia médica y, como puede suponer­se, ha visto considerablemente reducidos sus ingresos económicos, con los graves problemas que son de imaginar para su grupo familiar, compuesto por su mujer y dos hijos pequeños.

 

      "El mismo año 1986, en la protesta realizada el 5 de noviembre, la barbarie terrorista cobró otra víctima modestísima: Rosa Rivera Fierro. Casada, de 37 años de edad, se hallaba encinta desde hacía cuatro meses, cuando sufrió el atentado en un bus expreso de Viña del Mar al que se lanzó una botella de gasolina inflamada.

      El artefacto le dio en el rostro, derramándose además su contenido sobre el vientre y las piernas con los efectos que son de suponer. Llevada inconsciente al hospital local, sufrió en él una agonía de 54 días, durante la cual perdió la criatura que llevaba en su seno, por efecto de un aborto espontáneo derivado de la gravedad de las lesiones sufridas. Falleció el 29 de diciembre.

 

      "Más afortunado fue, quizás, Miguel Angel Contreras Garat, pues murió en forma instantánea, al ser alcanzado por una bomba lanzada por terroristas contra el Banco del Estado, comuna de San Ramón, el 18 de noviembre de 1986.

Vendedor ambulante de café, Miguel Angel carecía de previsión, de suerte que su familia, integrada por mujer y seis hijos de uno a diez años de edad, quedó en la orfandad y en el abandono más completo, situación que pudo superarse gracias a los auxilios de tipo social que le brindaron las autoridades.

 

      "Todos estos mártires del terrorismo, cuyas historias se han narrado, ¿eran acaso con­tendientes en algún conflicto? ¿representaban una amenaza para alguien o para algo?, ¿realizaban al momento de ser victimados alguna actividad ilícita?.

      No, nada de eso.

      Eran simples seres humanos ‑ niños algunos ‑, tranquilos, inofensivos, preocupados sólo de asegurar la subsistencia para sí y los suyos.

      No provocaban desórdenes, no vociferaban consignas, no perjudicaban a nadie.

      Quedaron, sí, por obra de la acción bárbara y brutal del terrorismo, muertos, monstruosamente desfigurados, heridos o incapacitados, sin que nadie voceara una protesta, ni siquiera pacífica.

      Son las víctimas calladas del extremismo" (op. cit., ps. 284‑286).

 

Casos análogos a los narrados los hubo por miles en Chile, desde 1973, cuando el MIR,  primero, el rodriguismo después, y los "Lautaro" por último, orquestaron su "propaganda armada" contra el Gobierno Militar.

Sucede simplemente, como dice Valdivieso Ariztía, que ellos no han interesado a los políticos o a  los periodistas que suelen ocuparse acuciosamente de las violaciones a los derechos humanos...

Pero más allá de la atrocidad que cada caso conlleva (y que revela en su autor una mente desequilibrada), acá tenemos que interrogarnos por el sentido de estos horrores espan­tosos.

¿Para qué se cometen estos atropellos inhumanos, las degollaciones argelinas o las desfiguraciones por quemaduras chilenas...?

¿Por pura malignidad moral del responsable del atentado...?

Como dijimos, en el plano individual no descartamos la existencia de sujetos tenebrosos, con resentimientos tan profundos en los repliegues de su alma que no habrá médico siquiatra que pueda curarlos.

El grado de crueldad bestial, de tipo chacal, que insufla en sus cultores el terrorismo es, verdaderamente, abismal.

Pero eso pertenece al terreno de la sicopatología, en el que aquí no corresponde que ahondemos.

Ya los anales clínicos se ocuparán de ellos.

En todo caso, quienes les encomiendan esas misiones brutales saben bien con qué bueyes aran.

"Degenerados", los llamó Lenin, sin rechazar su concurso.

Lo que nos interesa averiguar es su inserción en el campo de la guerra irregular.

A cuyo efecto hay que volver a los tratadistas del tema.

 

Claude Delmas anota que el "guerrillero se encierra en sus resentimientos y pasiones, no concibiendo otra verdad que el dogma por el que está dispuesto a mentir y a matar". Esto los predispone para la crueldad.

En efecto, dice:

 

        “No hay terror posible sin la fascinación de la muerte, y la irrupción de la pasión de la muerte a través de las barreras que le opone la vida social ordinaria es uno de los elementos sicológicos esenciales del terror.

        Si a esto se agrega el miedo, que está en el origen de toda cólera y que tiende a la eliminación de lo que represente una amenaza física, y la humillación de haber tenido miedo de haber sido dominado, se reunirán aproximadamente todos los elementos del estado de espíritu terrorista.

 

Eso, en cuanto al estado sicológico del causante del terror (en el que la fascinación de la  muerte, representada en la mitología griega por Tánatos, se asocia a la fascinación del poder, de tener a su disposición la vida de los demás).

En cuanto a los objetivos específica­mente político‑militares, Delmas enumera tres:

 

-                "Conquistar la población que, después de haber quedado pasiva frente a los poderes establecidos, debe lanzarse cada vez más abiertamente contra ellos y ayudar a los terroristas.

 

-                “Destruir la organización de esa población. Esta se basa en jerarquías políticas, admi­nistrativas, sociales, religiosas, etc.

        Los hombres que ocupan los puestos de mando... son por su misma naturaleza, enemigos de los revolucionarios, quienes se esfuerzan por aislarlos de la población, y los eliminan si no quieren "marcar el paso".

        Al mismo tiempo, la organización revolucionaria estructura “jerarquías paralelas”, es decir, una administración llamada a sustituir a la que representa al poder contra el cual lucha.

 

-                “Hacer fracasar a los medios adversos, obteniendo en primer término que las fuerzas del orden no logren arrestar a los autores de los atentados, y luego que se sientan impotentes ante un enemigo inasequible.

 

-     “La desorganización de las jerarquías existentes, los fracasos de las fuerzas del orden, facilitan por otra parte la captación ideológica de la población.

       Sintiéndose ineficazmente defendida, encontrando menos apoyo y estímulo en los cuadros "normales", las masas están maduras para convertirse en presa de la propaganda revolucionaria, que les ofrece, al menos, cierta protección".

 

       A continuación, Delmas adiciona estos otros argumentos:

 

-                “Si logra cometer algunos atentados espectaculares, la población quedará impresio­nada, cuanto más al estar preparada para recibir esta impresión por la propaganda.

        Las causas de esta impresión son muchas: simpatía ideológica, descontento respecto del poder establecido, miedo, prestigio del "buen golpe", etc.

        La acción "en bola de nieve" se desencadena.

        Si, por el contrario, los primeros atentados fracasan, los efectos de la propaganda se atenúan rápidamente...”

 

-                “El éxito del acto terrorista es, por lo tanto, esencial...

        El acto se prepara así minucio­samente para que tenga éxito y para que su autor no sea detenido ni eliminado.

 

-                El terrorismo apunta hacia la conquista de una población que vive en el marco de leyes definidas y respetadas, a las cuales se somete.

        Debe, por lo tanto, para lograr su conquista ideológica, violar ostensiblemente esas leyes, debe independizarse de las leyes sobre las cuales reposa la sociedad que desea derribar.

        Para él, el fin justifica todos los medios".

 

En suma: "introducir el miedo en las masas y las autoridades".

 

Para el Coronel Roger Trinquier, el terrorismo es "el arma principal de la guerra  moderna". Concepto que aclara de este modo:

 

        "Las guerras de Indochina y Argelia han servido para poner de manifiesto el arma  básica que permite a nuestros enemigos presentar batalla efectiva y que, aun contando con pocos recursos bélicos, los ayuda a derrotar a un fuerte ejército tradicional.

        Este arma es el terrorismo.

 

        “El terrorismo, en sí, es conocido desde hace mucho tiempo. Pero, utilizado por orga­nizaciones clandestinas, con la preconcebida intención de controlar el movimiento de una población, sólo puede considerarse de reciente desarrollo...

 

        “El terrorismo, pues, es un arma de guerra que no puede ser ignorada por más tiempo, y mucho menos menospreciada.

        Para nosotros, es un arma que merece ser estudiada detenidamente.

 

“El objetivo principal de la guerra moderna es el control de una población, y el terrorismo constituye entonces el arma más apropiada para ello, ya que va dirigido directamente hacia sus habitantes.

        En la calle, en el trabajo, en sus casas, los ciudadanos viven, bajo el terrorismo, en una constante amenaza de morir violentamente.

        Debido a esto, el ciudadano llega a tener la impresión de que está aislado e indefenso.... acaba por perder la confianza, y poco a poco va inclinándose hacia los terroristas, que es lo que éstos buscan, al experimentar que son los únicos que pueden proporcionarle la protec­ción debida.

        Así, el objetivo principal del terrorismo, que consiste en provocar la vací­lación de la población, se ha obtenido.

 

        "Lo que caracteriza al terrorismo y le hace aparecer como un arma de extraordinaria fortaleza, es la matanza que generalmente provoca entre la gente indefensa.       Opera dentro de un marco familiar, al tiempo que rehuye el riesgo que ordinariamente enfrenta el criminal vulgar...”

 

        "El criminal ordinario liquida a determinado individuo ‑ usualmente una sola persona, ­guiado por un propósito específico.

        Una vez que alcanza este propósito, deja de ser un peligro para la sociedad. Su crimen se basa en un motivo perceptible, digamos robo, venganza, etc.

        Para triunfar en su empeño, muchas veces tiene que correr riesgos que pueden conducir fácilmente a su arresto. Su trabajo, pues, se lleva a cabo dentro de un marco conocido...”

 

        “El soldado trata de liquidar a su adversario en el campo de batalla, perfectamente uniformado.

        Pelea dentro de un marco tradicional controlado por reglas que son acep­tadas y respetadas por ambos bandos.

        Comprendiendo el peligro de su misión, gene­ralmente tiene enorme respeto por su adversario, porque sabe que los dos están co­rriendo el mismo riesgo.

        Cuando la batalla ha terminado, los muertos y heridos de ambos campos son tratados con el mismo sentido humanitario...”

 

        “Pero el caso del terrorista es distinto.

        No sólo hace la guerra sin uniforme, sino  que ataca, bien lejos del campo de batalla, a ciudadanos indefensos que, en calidad de inermes, creen estar protegidos por las reglas de la guerra tradicional.

        Envuelto en una amplia organización que prepara su misión y le ayuda a completarla, siempre está protegido en su retirada, no corre riesgo alguno de ser atacado por sus víctimas o de ser llevado a los tribunales de justicia... y le es fácil eludir la acción de la policía...”

 

Descriptivo, casi aséptico, el militar francés que fue uno de los primeros en tener que enfrentarse (en el Décimo Ejército de la División Paracaidista del General Massu) con el fenómeno terrorista guerrillero, en la ciudad de Argel. Con su experiencia del caso, Trinquier ofrece más precisiones acerca del mismo asunto:

 

        "Esta acción gana rápidamente el silencio de los indefensos habitantes y, en consecuen­cia, los agentes enemigos tienen mano libre para organizar y manejar la población civil a su antojo.

 

        “De ahí en adelante, precisamente dentro de esta población que ha sido controlada por el terror, los pequeños grupos que están encargados de hacer la guerra de guerrilla pueden instalarse cómodamente y, como dice Mao Tsé‑Tung, llegan a sentirse como pez en el agua.

        Son alimentados, bien informados y hasta protegidos por esa aterrorizada población que casi se considera obligada a servirlos, y así pueden aplicar sus golpes sin temor a ser contenidos o delatados.

 

        "La guerra moderna requiere la incondicional sumisión y ayuda de la población. Esta ayuda hay que buscarla y mantenerla sobre todas las cosas.

        El mejor método para alcanzar este propósito es emplear el terrorismo...

 

        "Aunque no es un arma nueva, hasta hace poco sólo era utilizado por grupos revolucio­narios aislados para realizar ataques espectaculares, por lo general frente a destacadas personalidades políticas...

 

        "El terrorista no debe ser considerado como un criminal ordinario.

        En realidad, su trabajo se realiza dentro del marco trazado por su organización, sin que ello represente interés personal".

 

Por eso, concluye el Coronel Roger Trinquier, el combate no es contra el terrorista  individual, sino contra la organización que lo encuadra.

Mientras esa organización no está destruida, la eliminación o detención del terrorista no significa gran cosa, en términos bélicos.

 

Claro que esa y otras consideraciones están normalmente referidas a los casos concretos  que a esos especialistas les tocó vivir.

Había en ellos un dato intransferible, cual era el carácter de guerra “colonial”, que facilitaba o aun justificaba la actividad guerrillera.

Si nos detenemos en ellos no es tanto por las "recetas" de los encargados de combatirla, sino por los proce­dimientos instaurados allí por los terroristas, toda vez que luego los generalizaron, mutando levemente la argumentación ideológica.

 

De esa experiencia argelina, por ejemplo, se derivó una teoría de la violencia global, que  glorificó el asesinato político premeditado y alevoso.

Nos referimos al libro "Los condena­dos de la tierra" del martiniqués, colaborador del FLN, Frantz Fanon.

Sostuvo allí Fanon que el odio deber ser colectivizado:

 

        "La violencia es entendida como la mediación real...

        Para el pueblo colonizado esta violencia... reviste caracteres positivos, formativos.

        Esta praxis violenta es totalizadora, puesto que cada uno se convierte en un eslabón violento de la gran cadena...

        Iluminada por la violencia, la conciencia del pueblo se rebela contra toda pacificación... es una expresión de una agresividad por fin socializada... el desclasado... descubre más pronto que sólo vale la violencia... es en esa masa, en ese pueblo de los cinturones de miseria, de las casas de lata, en el seno del "lumpenproletariat" donde la insurrección va a encontrar su punta de lanza urbana... los jóvenes granujas que perturban el orden establecido...

        Ese "lumpenproletariat", como una jauría de ratas...

        También las prostitu­tas... las desesperadas, todas y todos los que oscilan entre la locura y el suicidio...

        Todo movimiento de liberación nacional debe prestar el máximo de atención, pues, a ese lumpenproletariat.

        Este siempre responde a la llamada a la insurrección".

 

Los marginales de las poblaciones suburbanas son, pues, los favoritos de esta táctica  homicida sacralizada.

Esto se escribió antes de 1960. 

Para 1973, la versión castellana (de México) iba por su tercera reedición. De tiempo suficiente habían dispuesto sus lejanos discí­pulos chilenos para leer, imitar y aplicar esas teorías destructivas. Que no se quedaban en el terreno de las generalizaciones.

Fanon, en otro libro ("Colonialismo y enajenación", 1972), había exaltado al terrorista argelino colocador de bombas (el “fidai”), quien "tiene una cita con la revolución y con su propia vida", y a la "mujer‑arsenal", que 1leva la muerte al enemigo y la vida a la revolución".

Los "granujas" de Fanon, los "degenerados" de Lenin, la "canalla" de Marx, no necesitaban de ningún gobierno militar para aprestar el puñal proditorio (traicionero, alevoso) del terrorismo.

Cuando lo empezaron a aplicar, después de septiembre de 1973, hacía ya rato que venían sacándole filo a su teoría inhumana.

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