PRIMERA PARTE
(… continuación) Título 12.-
Luis
Heinecker S
12. GUERRA SICOLOGICA.
TRANSFERENCIA DE
Prosigamos en este diálogo con el lector imaginario.
¿Se
habrá preguntado él por qué su interlocutor de la reunión social tan rápidamente
les echó a los militares la culpa de las situaciones de violencia vividas en
Chile desde 1973 ... ?
Le
rogamos que prescinda de la eventual condición de opositor "democrático" de la
persona con quien mantenía esa conversación.
A los
efectos de lo que aquí queremos exponerle, no interesa si ese individuo nos
quería poco o nada.
No
estamos en campaña electoral, de modo que no vamos a desplegar artes seductoras
para volcarlo en nuestro favor.
Descontemos que el sujeto es "anti‑pinochetista", y hasta concedamos que puede
contar con buenos argumentos partidarios para no simpatizar con la gestión del
gobierno pasado.
Como
fuere, eso no viene al caso.
Es
humano que cada uno juzgue desde sus intransferibles perspectivas ideológicas y
circunstancias históricas.
Respecto
de los hombres públicos, siempre ha habido quienes los admiran y quienes los
detestan. Es lo sólito, lo ordinario, que acontezca al opinar de la gestión de
los negocios públicos.
Pero...
resulta que el dictamen de ese caballero apunta a una cuestión extraordinaria,
insólita.
No se
trata de si el Gobierno Militar hizo bien o mal la carretera austral o la
privatización de las empresas estatales.
¡Noooo!,
lo que le endilga es la responsabilidad entera de las denominadas
"violaciones de los Derechos Humanos" en épocas recientes.
Que los
miles de muertos y heridos carguen exclusivamente sobre las espaldas del
Gobierno Militar.
Que no haga, que ni siquiera intente hacer, una valoración equilibrada, como es
de común efectuarla con referencia a otros gobiernos de este país.
Parcialidad absoluta, cerrada, intransigente.
Que excede con largueza el apasionamiento que se estila en los adversarios de
un régimen autoritario (en verdad: instaurador de un nuevo orden democrático).
Entonces: ¿por qué...
? ¿por qué... ?
La respuesta a ese interrogante tiene nombre propio:
“transferencia de
culpabilidad".
Una de las más trabajadas técnicas sicológicas de
Nada personal.
Quien acusa puede ser N.N., Mengano o Zutano.
Una víctima más de la guerra sicológica. Como cualquiera, puede ser recuperable.
No en favor del Gobierno Militar, se entiende. En beneficio de la verdad, no
más.
A ese efecto, proponemos un buen remedio. La lectura, fragmentaria, de un
artículo excepcional.
Su autor es doctor en Filosofía por el King's College de
El especialista es
Mauríce
A. J. Tugweil,
quien ha escrito varios libros trascendentes:
"The Unquiet Peace" (1957), "Airborne to Pattie" (1971), "Arnhem. A Case Study"
(1975), y "Skiing for Beginners" (1977).
A este notable investigador cedemos la palabra para que nos explique en qué
consiste la "transferencia de culpabilidad”.
El doctor Tugweil sabe bien que la guerra irregular se libra por la mente de
las personas y no por dominios
territoriales.
Los irregulares son como actores de teleteatro que trabajan para captar una
audiencia de espectadores.
El activista actúa "lo mismo que un conversador experimentado sintoniza su
mensaje con la longitud de onda de su interlocutor”.
No es una cuestión de simpatía o empatía.
Es una técnica sofisticada de engaño:
“Un movimiento revolucionario que trabaje dentro de una nación o una
sociedad puede usar, para alcanzar el poder, una mezcla de medios violentos,
sicológicos, económicos y políticos.
“La aspiración del activista no es tanto la de aplastar las fuerzas
armadas del régimen como la de
debilitar
a éste
venciéndolo en la batalla por obtener
credibilidad
y
legitimidad.
“La credibilidad permite alcanzar los objetivos declarados al crear un
vínculo de confianza entre el actor y su audiencia...
La legitimidad se refiere a la obediencia dentro del grupo...
“Esto explica por qué la transferencia de culpabilidad es tan importante
en la lucha revolucionaria y en el terrorismo: proporciona la forma de trasladar
del régimen al rebelde la legitimidad y la credibilidad..."
(en:
Rapoport, David
C., "La moral del terrorismo",
Barcelona, Ariel, 1985, cap. 3, ps. 90‑91).
Ese es el objetivo. Pero, ¿cómo se consigue esto
... ?
Tugweil no se mueve en abstracciones. Proporciona ejemplos históricos del método
que examina. Entre ellos, un caso que ya conocemos: el del FLN argelino.
Nosotros ya sabemos que en Argel las fuerzas de paracaidistas franceses actuaron
enérgicamente contra los terroristas "felIaghas". En particular, la llamada
"Batalla de Argel" se centró en la zona árabe antigua, la "Casbah",
Fue así:
"En la batalla de Argel donde el Frente de Liberación Nacional (FLN) hizo
del terror su arma principal. El FLN ordenó al comandante de la ciudad,
Saacli Yacef, que
"matara
a cualquier europeo de edad comprendida entre los dieciocho y los cincuenta y
cuatro años.
Pero a
ninguna mujer, ningún niño, ningún viejo".
“Entre el 21 y el 24 de junio de 1956, los hombres de Yacef mataron a 49
civiles.
Las limitaciones en cuanto a la edad fueron anuladas después de que los
contraterroristas franceses volaran cierto número de casas en la "Casbah", con
lo cual mataron a 70, incluyendo a mujeres y niños musulmanes.
A partir de entonces, el FLN utilizó el terror indiscriminado en los
sectores franceses de la ciudad, principalmente mediante bombas retardadas
colocadas en bares, cines y otros lugares concurridos".
(op.
cit., p. 78).
A raíz de ello, la "guerra sucia" aumentó su intensidad:
"Los terroristas del FLN fueron acosados y matados o capturados por la
10ª División de Paracaidistas del General Massu.
Las tácticas francesas ‑ como todas las tácticas contraterroristas
adecuadas ‑ confiaban en
la
información como clave del éxito...
Los "paras" tomaron un atajo para asegurarse un rápido caudal de
información: torturaron a los sospechosos.
El alto mando francés no hizo nada para terminar con dicha práctica,
porque los fines parecían justificar los medios.
La información siguió fluyendo y al cabo de poquísimo tiempo el dominio
del FLN sobre la "Casbah" se había roto..."
(op.
cit., p. 79).
El terrorismo cesó en Argel cuando la "Zona Autónoma" fue destruida.
Ese fue el éxito militar de los "paras".
ero los marxistas argelinos consiguieron revertir esa derrota.
saron de la tortura como de un "boomerang" contra los franceses:
El hecho de que los franceses hubieran recurrido a la tortura
proporcionaba, a los que en Francia se oponían a la guerra, el alegato
que precisamente necesitaban para hacer que el grueso de la opinión francesa se
volviera contra la contienda.
Los agentes de propaganda del FLN se aseguraron de que a estos activistas
les llegaran todas las pruebas necesarias.
n particular,
Henri Alleg,
comunista europeo, escribió un libro ("La question", Les Editions de Minuit,
París, 1958) en el cual describía los interrogatorios y la tortura que había
tenido que soportar porque los hombres de Massu lo consideraban sospechoso de
tener conexiones con los terroristas.
uando el relato de la tortura
institucional izada se extendió por Francia, otros testigos... rompieron su
silencio.
Esta transferencia de culpabilidad, desde los terroristas derrotados a
los patrocinadores del contraterrorismo triunfante, fue relativamente fácil...
No obstante, el FLN
consiguió borrar
la mayor
parte de su responsabilidad, si no toda, mediante este proceso" (op.
cit., p.
80).
Los despanzurramientos de musulmanes, las castraciones de conscriptos franceses,
practicadas por el FLN, pasaron al olvido.
La prensa parisina sólo hablaba de la "gehéne" (la picana eléctrica) y las
cachiporras de los "paras".
No se detenían a averiguar quién era ese profesor de filosofía, Francis Jeanson
(prologuista de un libro proterrorista de Frantz Fanon), que daba conferencias
sobre las 'Volaciones de los Derechos Humanos" por el Ejército francés.
Ni se interrogaban acerca del papel que habían cumplido esa nube de "testigos"
víctimas de los tormentos militares.
No obstante que el simple sentido común hubiera bastado para que, por lo menos,
se hubieran planteado este problema: si los "paras", con sus atrocidades,
mataban o incapacitaban a cuantos sospechosos caían en sus manos, ¿cómo es que
ellos (los "testigos") se habían salvado incólumes
... ?
¿No se trataría de cobardes delatores que habían entregado a sus camaradas
guerrilleros a cambio de su libertad, y que, luego, procuraban mejorar su imagen
presentándose como víctimas
... ?
Nada de eso se cuestionó en la gran prensa francesa de aquel tiempo. La
"transferencia de culpabilidad" operó a las mil maravillas.
Y fue un fenómeno estable. No importó que, después, se descubriera la "Red
Jeanson" de espionaje, a la que el FLN llamaba su "octava Wilaya" (cuerpo de
ejército guerrillero, de los cuales había 7 en operaciones en Argelia).
Una genuina "quinta columna", en la que estaban involucrados desde escritores de
izquierda como Jean‑Paul Sartre hasta altos funcionarios coloniales de
Tampoco interesó que el jefe guerrillero argelino Abane Ramdane, encargado de la
operación de desinformación del FLN (con sus asociados: Pierre Chaulet, Lucien
Guerrab, Charles Geromini, Lacaton, Fano, etc.), secuaz de Ben Kedda, fuera
asesinado en la frontera con Marruecos por los partidarios de otra fracción (la
de Ferhat Abbas) del mismo FLN.
El montaje antimilitar quedó firme, aun después de concluida la guerra.
Expone Maurice Tugwell:
“Inmediatamente después de retirarse los franceses, el victorioso FLN
hizo una matanza de todos los musulmanes sospechosos de haber cooperado con los
franceses, estimándose que el número de víctimas podía ser entre 30.000 y
150.000.
Muchos de los sacrificados fueron
torturados atrozmente;
se hizo que veteranos del ejército
cavaran sus propias tumbas y luego se tragaran
sus condecoraciones
antes de
ser asesinados; otros fueron
quemados vivos, o castrados, o
arrastrados por camiones, o
cortados a pedazos y entregada su carne a los
perros.
Muchos fueron sacrificados junto con sus familias, incluyendo niños de
corta edad.
Sin embargo,
la conciencia del Occidente liberal no se
perturbó por esos sucesos,
y nadie
se ha sentido inspirado para producir documentales cinematográficos, capaces de
ganar premios, con el fin de dejar constancia de estos hechos" (op.
cit., p. 80).
Ese es un fenómeno histórico de la “transferencia de culpabilidad",
realizado a la perfección, del cual todos los movimientos guerrilleros
occidentales tomaron debida nota.
Libros y folletos, como "La question" del comunista Henri Alleg, se preparaban
con antelación a la aparición pública de un grupo terrorista. Así, cuando la
policía conseguía detener a un subversivo, ya estaban fluyendo hacia la prensa
la serie interminable de relatos terroríficos, con sus detalles espeluznantes,
calcados de la obra de aquel quintacolumnista.
Fue un modelo seguido hasta el cansancio, sin que importara, poco ni mucho, la
realidad de las cosas.
Claro que para esa técnica operara se necesitaba de la complicidad periodística.
Como dice Tugweil, los terroristas
“se ven ayudados por el espíritu de nuestro tiempo, por la "nueva
moralidad" (véase Clare Booth Luce,
Is the New Morality Destroying America?", Universidad de Georgetown, Washington
D.C., 1978). Los terroristas suelen ser
medio
revolucionarios y medio exhibicionistas.
“Atraen
frecuentemente la simpatía de los radicales en boga (la "gauche divine"), los
cuales, a su vez, dirigen el ataque contra las normas morales convencionales...
“Este
tipo de alianza informal entre
terroristas y reporteros, provechoso para ambos, es una
característica preocupante del terrorismo moderno" (op. cit., ps. 81 ‑ 86).
Probado
su éxito, el mecanismo de transferencia se aplicó en Vietnam y en otros
escenarios de
De los
casos que relata el doctor Tugweil, nos detendremos en los siguientes.
La banda
Baader‑Meinhof, "Facción del Ejército Rojo" alemán, se especializó en la
denuncia de la administración de Justicia.
En 1967
el terrorista Fritz Teufel, ladrón, planteó sus robos como "expropiaciones" al
capitalismo.
Después:
"Un año más tarde, Thorwald
Pohie se negó a defenderse en su juicio por incendio premeditado y
argumentando que la autoridad era
fascista, el capitalismo era fascista, el tribunal era fascista
y los cuatro acusados eran héroes de la resistencia.
Estos sucesos precedieron a
los atentados y asesinatos que dieron celebridad a la banda. Cuando se había
cometido el asesinato y los culpables estaban esperando que los juzgaran,
aparecía la técnica de la transferencia de la culpabilidad.
"Los abogados de la
banda, muchos de los cuales eran también terroristas,
lanzaron una campaña de protesta contra el hecho de mantener a los
prisioneros de
“La campaña
logró que los prisioneros disfrutaran condiciones privilegiadas.
Tenían libros, periódicos,
televisión, tocadiscos y otras comodidades, y en tal cantidad que los otros
prisioneros se quejaron, con razón, de desigualdad de trato.
Pero estas concesiones eran
insuficientes.
Los abogados querían que el gobierno y el pueblo alemán se sintieran
culpables por la forma como eran tratados los pobrecitos.
Fomentaron huelgas de hambre
entre los miembros de la banda y, en febrero de 1973,
los siete abogados realizaron una de cuatro días ellos mismos.
“Frente al edificio del
Tribunal Supremo Federal de Karisruhe y vestidos con las togas que antes habían
intentado no usar ante el Tribunal, llevaban pancartas en las que se leía:
"BGH (Tribunal Supremo
Federal), banda de gangsters de camisas pardas nazis. El BGH es represivo.
Primero, es una porquería, y segundo, es caro. Detened el asesinato de los
grupos despojados legalmente".
"En 1974, Jean‑Paul Sartre
visitó a Andreas Baader en la cárcel de Stammheim.
“Interrogado después sobre
la ética de la violencia, el filósofo explicó:
"En 1943 era legítima cada
una de las bombas que se lanzaban contra los nazis porque la humanidad se tenía
que librar de los nazis".
Sartre conocía todo cuanto
se refiere a la transferencia de culpabilidad.
Había escrito el
preámbulo del libro de Henri Alleg y, aparte de condenar la tortura, había
llegado hasta justificar el terrorismo argelino" (op. cit., ps. 81‑82).
Si lo relatado por TugweIl no estuviera fechado en Alemania Federal
entre 1967 y 1973, podríamos creer
que estaba narrando la conducta de las instituciones "solidarias" con los presos
políticos" (terroristas) chilenos de las últimas décadas.
Tribunales "represivos", "fascistas", "cobardes", etc., que no entienden a los
"pobrecitos" delincuentes, a sus "tomas" de la cárcel, a sus "huelgas de
hambre", sus marchas, sus entrevistas periodísticas, mesas redondas, proyectos
legislativos y declaraciones internacionales que exhiben el atroz crimen
mantenerlos presos por la baladí cuestión de haber matado a algunos "agentes de
la dictadura" como parte de su programa de heroica resistencia "democrática".
Lamentablemente para los olvidadizos, todo eso ya se había escenificado en un
país democrático y desarrollado antes de 1973.
El
investigador TugweII, al tratar de la misma banda terrorista germana, considera
otra de sus clásicas técnicas de desinformación.
Toma el
caso del suicidio de la jefa de la banda, UIrica Meinhof, el 8 de mayo de 1976.
Expone
el dictamen de los peritos judiciales que establecieron el modo de ese suicidio
(ahorcamiento con una cuerda elaborada con tiras de una toalla), y continúa:
"Los abogados de
Decidieron que se podía
utilizar la muerte de la muchacha para traspasar la culpabilidad: se alegaría
que la muchacha había sido asesinada por las autoridades, lo cual
ilustraría la retórica de la banda acerca de la "represión fascista" y la
"resistencia".
Como en muchos de tales
alegatos contra la autoridad, todo lo que los terroristas tenían que hacer era
lanzarla sombra de una duda: los medios informativos ya harían el
resto.
“Klaus Croissant, uno de
los abogados "comprometidos", dijo a los reporteros que "no había ningún
travesaño en su ventana, Esto no era verdad, pero, verdadero o falso. era un
reportaje.
La insinuación de que el
Estado había cometido un asesinato hizo que el reportaje fuera sensacional.
Lo aprovechó la prensa
extranjera.
Algunos periódicos británicos pregonaron la posibilidad de un torpe
encubrimiento estatal de un asesinato...
Empezaron a producirse
revueltas estudiantiles en Frankfurt y otras ciudades alemanas, así como en
Francia e Italia, para protestar contra el "crimen de Estado" de Ulrica
Meinhof.
Cuatro mil simpatizantes
izquierdistas asistieron a su entierro en Berlín Oeste para respaldar la campaña
de
Aunque sólo era aceptable
por la minoría de fanáticos de la izquierda europea, esta transferencia de
culpabilidad, del grupo terrorista al Estado, justificaba en su mente que se
intensificara el terrorismo para vengarse de la muerte, y esta
intensificación no tardó mucho en producirse" (op. cit., ps. 83‑84).
Nuestros
subrayados del texto del profesor de New Brunswick sólo pretenden llamar la
atención del lector chileno sobre las obvias similitudes con los bullados
casos ocurridos por estas latitudes, que no es necesario mencionar, pues
cualquiera los recuerda de memoria.
Que si
llegara a olvidarlos, ahí estaría la prensa sensacionalista, nacional y
extranjera, para remacharlos por enésima vez, y presentarlos como si fueran
acontecimientos del día, aunque hayan transcurrido más de tres lustros.
No en su
realidad, histórica o judicial, que eso no les interesa, sino en su reiterada y
deformada imagen propagandística.
Que de
eso se trata: de guerra sicológica.
Maurice
A. J. TugweIl ilustra su tesis a continuación con otro caso bien conocido: el
del IRA Provisional de Irlanda del
Norte.
Aquí, en
los asesinatos cometidos desde 1970, dice, el tema no pasaba por la exculpación,
sino por otra tesis guerrillera. Esta era la de la “inevitable victoria"
terrorista.
A tal
fin, la propaganda se encaminaba a desmoralizar la acción estatal y privarla del
apoyo de la población.
Para
esos efectos se montaban los juicios como genuinas obras de teatro. Expertos en
mentiras, trabajaban para un público crédulo.
Cuenta
Tugwell:
"Utilizando a
periodistas favorables, a sacerdotes incautos y a otros partidarios
como portavoces, los "provisionales" incitaban a la población
católica de sus áreas a encubrirlos cuando las fuerzas de seguridad
abatían a un terrorista.
“En tal caso, casi
invariablemente se ponía en marcha el mismo procedimiento.
“Se hacía desaparecer el
arma del terrorista muerto.
Se llevaba a la víctima a
donde se le pudiera eliminar cualquier evidencia, forense o de otra clase, de
que se había usado un arma de fuego.
Se preparaba a los
"testigos presenciales", pertenecientes generalmente a una de las tres
categorías mencionadas, y se les ofrecía a los informadores de los periódicos y
de la televisión.
“La "evidencia" era casi
siempre la misma: el civil iba desarmado, era inocente de
cualquier ofensa, y el disparo del soldado había sido injustificado.
“Dicho en pocas palabras,
el ejército o la policía eran culpables de un asesinato.
En las noticias del diario
hablado de la noche, lo que para la autoridad era sólo un suceso de poca
importancia se presentaba al público como un incidente confuso y conflictivo.
Por la misma naturaleza del periodismo televisivo, la forma de tratar el asunto
hacía dudar la versión dada por las fuerzas de seguridad, especialmente
porque los "testigos" proporcionados por el IRA eran a menudo excelentes
actores" (op. cit., p. 85).
"Excelentes actores", bien entrenados, además del Ulster, han actuado en el
hemisferio austral.
Con el
auxilio de periodistas televisivos, con sus numerosas revistas (¿quién financia
tanto negocio editorial redundante ... ?), han dado pábulo a esas versiones
publicitarias bien amañadas.
Tanto,
que personas que por su oficio, experiencia o misión debieran prevenirse contra
esa conspiración escenográfica, han dado crédito público a tales falsedades
reiteradas, No se trata, en el caso, de "pruebas" legales.
El
mecanismo no se ha inventado para uso de los tribunales de justicia.
El ardid
apunta a otro tipo de gente que se mueve por "convicciones" subjetivas, no
demostradas e indemostrables, pero eficaces como instrumentos de la guerra
sicológica.
El
investigador canadiense atribuye especial responsabilidad al periodismo en la
prosperidad de esta falsificación:
"La política de
internamiento administrativo de los terroristas sospechosos, con sus
preocupantes implicaciones morales, era muy propia para generar
culpabilidad.
A los periodistas que
investigaban el tema, algunos de los cuales tenían tendencia a ir contra la
autoridad, se les proporcionaron "evidencias", y así pudieron escribir
lucrativos reportajes...
A veces,
desde luego, las autoridades británicas y las de Irlanda del Norte cometen desatinos que merecen ser
criticados, pues toda fuerza de la policía o del ejército cuenta entre sus
miembros con algunos estúpidos y malévolos.
La tarea de distinguir
entre una queja legítima.... y un relato propagandístico ficticio, es muy
difícil.
Los terroristas desean que
siga siendo difícil, pues a ellos los favorece el que, por no lograr satisfacer
adecuadamente al peticionario sincero, la autoridad se encuentre abrumada por la
culpabilidad" (op. cit., p. 86).
En síntesis, concluye el
estudioso de la cuestión, ésta es una materia propia de la
ficción.
Se parece, dice, "a una
mala película en que la inconsistencia de la línea argumental queda compensada
por la habilidad de la dirección y de la presentación". Imágenes, ficciones,
fraudes. Utiles en el plan terrorista.
De todo
lo cual el profesor Maurice A. J. Tugweil consigna este saludable consejo:
"En la campaña para
reprimir el terrorismo internacional, así como en la lucha Este‑Oeste, las
democracias liberales no pueden aceptar la desventaja de lo que los abogados
denominan "mens rea, la culpabilidad mental”.
La sociedad contemporánea
parece ser particularmente vulnerable a causa de su actitud titubeante
y su carencia de puntos morales de referencia. Y la reacción contra
ello debería consistir en establecer un buen liderazgo político y unos medios de
información mejor informados y más responsables.
Su mejor defensa
consistiría en que el público comprendiera la técnica empleada por los
terroristas y fuera así capaz de rechazar las llamadas fraudulentas dirigidas a
su conciencia". (op. cit. pps. 92‑93).
Toda
defraudación depende de la idoneidad del ardid.
Como en
los antiguos "cuentos" de los estafadores ambulantes, con billetes premiados de
lotería, la suerte del delincuente queda a expensas de la credulidad de su
eventual víctima. Si la artimaña resulta conocida, el posible "cliente" no pica
en el anzuelo.
Estas modernas y políticas "transferencias de culpabilidad" tampoco podrán
operar si el público no se deja embaucar.
Si logra distinguir la trama de esas telenovelas lacrimógenas y aburridoras,
donde el "malo" siempre tiene que ser la autoridad.
Develadas las técnicas de engaño, la responsabilidad del terrorismo será
intransferible.
Y
entonces, recién entonces, se verá quiénes fueron los "violadores de los
derechos humanos" en Chile, y en el resto del mundo occidental.